Wednesday, May 10, 2006
Miró de arriba a abajo a la teniente y no supo cómo disimular la ansiedad.
Todo se le vino encima.Sin más trámite que una simple firma volvió a sus patéticos orígenes.
Tanto esfuerzo y tantas noches perdidas delante del ordenador se nublaban ya en su memoria. Era mejor olvidar, perder los recuerdos no útiles, tirar todo lastre que le impidiera llegar cuanto antes a su nueva meta.
El nuevo destino estaba aun por concretar, pero eso era lo de menos. Sabía cómo viajaría, cuando e incluso cómo iría vestido.
Había ensayado tantas veces en su cabeza la conversación con el revisor que tenía miedo de que no sonara natural.
A menudo se veía a si mismo interpretando algo que no debería ser interpretado, dando la sensación de que representaba cuando en realidad su sonrisa intentaba ser sincera. Era él hablando y gesticulando confiado, visto y analizado desde fuera por si mismo. Era él automutilando toda su naturalidad.
La culpa la tiene el espejo -pensó- No quedaría lugar para la incomodidad en su casa si no fuera por el metro y medio cuadrado reflactante de inquietud situado junto a su cómoda.
Recordó entonces cómo su madre le castigó durante días cuando sólo tenía siete años a pasar la lija por los muebles de tia Luissa por el simple motivo de no querer mirarla mientras le regañaba estando en el viejo vestidor.
No era miedo a su madre. Era miedo al espejo.
Nunca le gustó mirar a los ojos a las personas a través de ellos -Te comen el alma- repitió mientras recordaba-.
Meses atrás salió a pasear una soleada tarde. Decidió seguir a una jóven con tres esbeltos galgos y sin darse cuenta se vió dentro de unos almacenes comerciales. La desidia había guiado su vida durante los últimos meses, así que decidió comprarse algo de ropa para empezar el nuevo proyecto con otro aspecto.
El problema llegó al enfrentarse de nuevo con lo inevitable, el espejo.Creía que era su talla, estaba casi seguro, pero debía comprobarlo.
Sacó fuerzas y se colocó dentro del marco invertido, cerró los ojos y respiró con alivio al comprender que nada ocurría.Era él, él al revés.
De pronto una mano seguida por un brazo al que le seguía un cuerpo se metió en su espacio invertido.¡Gente en su espejo! Un hombre con ancho bigote se miraba presumido dentro de su realidad, su espacio.
Las dos figuras desenfocadas centraron la vista el uno en el otro, se miraron fijamente y John cayó al suelo.
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